Peñarol se
ha consagrado como bi-campeón uruguayo. Más allá de algún reclamo trasnochado y
sin fundamento, como dijo el presidente Barrera, la copa está en la vitrina. Y
es una copa diferente, porque fue ganada con dos técnicos diferentes y dos
equipos distintos, dados los cambios producidos a mitad de temporada.
El encarar
el análisis de la temporada, es imposible dejar de lado ese aspecto. El equipo
comenzó el año con la base del equipo campeón de 2017 con la única baja de
Diego Rossi. Para sustituirlo llegó el ecuatoriano Fidel Martínez, que a priori
parecía una incorporación de peso y de nivel, no solo para el campeonato local
sino también para la actividad de la Copa.
Junto a él
llegaron el mediocampista Agustín Canobbio desde Fénix, el lateral-volante Giovanni
González desde River Plate, los delanteros Gabriel Fernández desde Racing y
Rodrigo Piñeiro desde Miramar, el lateral Rodrigo Rojo desde Paraguay y el
zaguero Luis Maldonado desde Bolivia.
El técnico
Ramos tuvo que soportar la baja de un jugador fundamental en la campaña 2017:
Lucas Viatri, que fue afectado por un absurdo accidente doméstico (en buena
parte por irresponsabilidad del jugador) que puso en riesgo su visión y hasta
en duda las posibilidades de continuar jugando.
Y el
Peñarol de Ramos arrancó muy bien, ganando sendas copas (una amistosa y otra
oficial) luego de imponerse en dos clásicos (2 a 0 y 3 a 1) donde mostró una
neta superioridad sobre Nacional.
Luego no
hizo un mal apertura (fue mejor que el de 2017) puesto que ganó 11 encuentros,
empató 3 (incluyendo el cásico donde fue superado en juego) y perdió solamente
uno (aquella noche tétrica ante Torque). Terminó segundo a dos puntos de
Nacional y con la chance intacta de la anual.
El
intermedio (ese campeonato absurdo que inventaron los dirigentes) se jugó
también durante esta primera parte de la temporada. Peñarol lo enfrentó en los
momentos que estaba definiendo el grupo de la Libertadores y su rendimiento
cayó. Ganó 5 encuentros, pero cayó en los dos restantes (ante Progreso y de
nuevo con Torque) y quedó fuera de la definición. Pero lo más preocupante fue
que Nacional abrió 5 puntos de ventaja en la anual.
En la
Libertadores, el resultado fue el mismo de los últimos 6 años: Peñarol quedó
eliminado en la fase de grupos. Es verdad que esta vez hizo más puntos (9,
producto de tres victorias de local) pero perdió de visita, sobre todo ante el
débil The Strongest y ante Libertad a quien le ganaba bien y terminó perdiendo
en los descuentos. Quedó como tercero en el grupo y clasifico a la
Sudamericana.
Es verdad
que Ramos también tuvo que enfrentar dos nuevas bajas. La de Gargano que apenas
si pudo disputar el primer juego de la Copa y la de Corujo, que sufrió la misma
lesión de ligamentos (incluso un poco más grave que la del mota) ante Atlético
Tucumán.
Al cierre
de esa etapa, el técnico Leonardo Ramos se fue a Arabia tentado por los dólares
asiáticos. Pero lo peor fueron las bajas que sufrió el equipo. Ramos se llevó
al cachila Arias, un jugador fundamental no solo por su calidad sino también
por su personalidad dentro del campo. Pero no fue la única baja. Peñarol perdió
al goleador Palacios que había sido fundamental para la conquista del campeonato
de 2017 y que llevaba nada menos que 14 goles convertidos (12 por el uruguayo y
2 por la copa). Se produjo además la salida de Fidel Martínez, que había
comenzado muy bien marcando contra Nacional en la final de la Copa uruguaya y
Racing en el inicio del apertura, pero que luego bajó sustancialmente su
rendimiento. Salió también Maldonado que nunca justificó su llegada al
carbonero. Se lo trajo especialmente para el partido en la altura de La Paz y
se terminó perdiendo por un error suyo.
Para
sustituir a Ramos, el elegido fue Diego López. Un técnico que había hecho toda
su carrera en Italia y nunca había dirigido en nuestro país. Realmente era una
incógnita lo que pudiera dar en la dirección técnica y los primeros pasos no
fueron fáciles.
Para peor, a
las bajas de los jugadores lesionados y transferidos, se sumó la del lateral de
la selección Guillermo Varela en una situación inentendible. El jugador tenía
contrato con Peñarol, pero el representante pidió que no entrenara porque
estaba vendido al exterior. El jugador no entrenó, no fue vendido y sufrió una lesión
que le impidió jugar por el resto de la temporada (el desgarro más largo de la
historia del futbol). Una situación pesimamente manejada por la dirigencia
mirasol.
Tuvo como
altas a los zagueros Carlos Rodríguez y el argentino Matheu (pedido por el
técnico). El medio campista Gonzalo Freitas y el volante Lores. No era mucho y
decíamos que, sin duda, Peñarol tenía menos equipo para el cierre del
campeonato que el que había tenido al inicio.
Debutó por
el campeonato ante Racing y empató en el campeón del siglo. Directo culpable el
zaguero Matheu que cometió un penal que le posibilitó el empate al equipo de
Sayago. Nacional estiraba la distancia a 7 puntos en la anual.
En medio
vino la traumática eliminación de la Sudamericana ante Atlético Paranaense, que
ahora llegó a la final y tiene ventaja, pero en aquel momento venía con cambio
de técnico, con más de un mes sin ganar un partido y peleando el descenso en el
brasileirão. En el primer juego tuvo todo para traerse un buen resultado.
Arrancó el segundo tiempo empatando y con un jugador más, terminó perdiendo 2 a
0 y con el toro Fernández expulsado. En la revancha, empezó perdiendo a los 4´
y terminó goleado 4 a 1.
En estas
páginas decíamos que debía primar la cordura, que se debía mantener al técnico
porque quitarlo hubiera sido sentenciar las pocas chances que nos quedaban.
Decíamos que López precisaba tiempo para imponer su idea, pero reconocíamos
también que no se lo darían y que estaba a una derrota de ser cesado.
Pero se
repuso, apostó por sus convicciones y ganó. Le dio la titularidad a Busquets en
el lateral, colocó como centro delantero al toro Fernández y el ex Racing,
explotó para convertirse en el goleador del equipo. Afianzó a Carlos Rodriguez
como zaguero ante las defectuosas actuaciones de Matheu. Le llegó a los
jugadores, que compraron su idea y mantuvieron el espíritu combativo propio de
los equipos aurinegros que ya habían recuperado el año anterior con Leo Ramos.
Y Peñarol
fue descontando puntos. Ganó partidos increíbles, “a lo Peñarol” con esa marca
registrada para sacar partidos en los últimos minutos con más temple que futbol.
Así le ganó a Cerro 3 a 2 en los últimos minutos cuando perdía 2 a 1. Le ganó a
Danubio en su cancha con un hombre menos desde el primer tiempo por la injusta
expulsión de Dawson. Empató el clásico de atrás con un gol de Viatri cuando
había sido superado en el juego por el tricolor. Así le gano a Progreso 1 a 0 con
un gol en los descuentos cuando había que cerrar el clausura y la pelota no
quería entrar. Así le volvió a dar vuelta un partido a Defensor en su cancha
para quedarse con la anual, ganándole 2 a 1 después de estar en perdida, con
otro gol en los descuentos.
Llegó a la
final con ventaja deportiva. Con jugadores que parecían estar entre algodones
(Gargano, el cebolla Rodríguez, Viatri) y con la certeza que la chance pasaba
por ganarlo en los 90, porque el alargue sería difícil de soportar.
Empezó
perdiendo, superado en el juego, pero se fue arriba con temple, con ganas,
luchando cada pelota. Para muestra, la corrida de Maxi Rodríguez, un jugador
que no es uruguayo, que fue a tres mundiales, que tiene 37 años, que es
destacado por su calidad y no por la lucha. Sin embargo, corrió 60 metros para
trabar a un rival mucho más joven e impedir un contragolpe. Eso refleja el
espíritu de este equipo aurinegro.
Empató (con
un gol en offside, es verdad) y se fue al alargue. Y cuando todos esperaban que
Nacional nos superara, el equipo jugó, marcó y corrió como si fueran todos
juveniles. Se vio en la cancha una enorme diferencia de actitud entre
aurinegros y tricolores y Peñarol terminó siendo el justo campeón. Peñarol fue
Peñarol. Igual que en 2017. Como nos gusta a los hinchas carboneros. Un equipo
que no se rinde nunca, capaz de las victorias más increíbles cuando nadie las
espera, que, si no gana por fútbol, deja la vida en la cancha por los colores.
La copa está
en la vitrina y es mérito de muchos. Primero que nada, de los jugadores, que se
repusieron a momentos malos, a golpes difíciles y mostraron el temple que se necesita
para ponerse la camiseta de Peñarol. En segundo lugar, del técnico que mostró
capacidad, convicción y el carácter que se necesita para mantenerse firme
cuando le llovían críticas de todos lados. En tercer lugar, de la dirigencia,
que se mantuvo unida y evitó la tentación de cambios bruscos cuando los
resultados no acompañaron. Por último, de la hinchada que, ahora purgada en
buena parte de los delincuentes que no son hinchas de nadie, acompaño siempre y
dio una muestra de superioridad impresionante en la final donde, en campo
neutral, jugamos de locales.
Quedó en el
debe, el aspecto internacional donde Peñarol debe ser protagonista. No solo por
la gloria de un equipo que es 5 veces campeón de América y 3 del mundo, sino
porque en el mundo actual del futbol, la competición internacional trae
dividendos económicos imposibles de alcanzar en el ámbito local.
La copa
está en la vitrina y como dice el himno del campeón del siglo: “por más que
otros lo lloren, VIVA SIEMPRE, PEÑAROL!”
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