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sábado, 8 de diciembre de 2018

La copa está en la vitrina.


Peñarol se ha consagrado como bi-campeón uruguayo. Más allá de algún reclamo trasnochado y sin fundamento, como dijo el presidente Barrera, la copa está en la vitrina. Y es una copa diferente, porque fue ganada con dos técnicos diferentes y dos equipos distintos, dados los cambios producidos a mitad de temporada.

El encarar el análisis de la temporada, es imposible dejar de lado ese aspecto. El equipo comenzó el año con la base del equipo campeón de 2017 con la única baja de Diego Rossi. Para sustituirlo llegó el ecuatoriano Fidel Martínez, que a priori parecía una incorporación de peso y de nivel, no solo para el campeonato local sino también para la actividad de la Copa.

Junto a él llegaron el mediocampista Agustín Canobbio desde Fénix, el lateral-volante Giovanni González desde River Plate, los delanteros Gabriel Fernández desde Racing y Rodrigo Piñeiro desde Miramar, el lateral Rodrigo Rojo desde Paraguay y el zaguero Luis Maldonado desde Bolivia.

El técnico Ramos tuvo que soportar la baja de un jugador fundamental en la campaña 2017: Lucas Viatri, que fue afectado por un absurdo accidente doméstico (en buena parte por irresponsabilidad del jugador) que puso en riesgo su visión y hasta en duda las posibilidades de continuar jugando.

Y el Peñarol de Ramos arrancó muy bien, ganando sendas copas (una amistosa y otra oficial) luego de imponerse en dos clásicos (2 a 0 y 3 a 1) donde mostró una neta superioridad sobre Nacional.

Luego no hizo un mal apertura (fue mejor que el de 2017) puesto que ganó 11 encuentros, empató 3 (incluyendo el cásico donde fue superado en juego) y perdió solamente uno (aquella noche tétrica ante Torque). Terminó segundo a dos puntos de Nacional y con la chance intacta de la anual.

El intermedio (ese campeonato absurdo que inventaron los dirigentes) se jugó también durante esta primera parte de la temporada. Peñarol lo enfrentó en los momentos que estaba definiendo el grupo de la Libertadores y su rendimiento cayó. Ganó 5 encuentros, pero cayó en los dos restantes (ante Progreso y de nuevo con Torque) y quedó fuera de la definición. Pero lo más preocupante fue que Nacional abrió 5 puntos de ventaja en la anual.

En la Libertadores, el resultado fue el mismo de los últimos 6 años: Peñarol quedó eliminado en la fase de grupos. Es verdad que esta vez hizo más puntos (9, producto de tres victorias de local) pero perdió de visita, sobre todo ante el débil The Strongest y ante Libertad a quien le ganaba bien y terminó perdiendo en los descuentos. Quedó como tercero en el grupo y clasifico a la Sudamericana.

Es verdad que Ramos también tuvo que enfrentar dos nuevas bajas. La de Gargano que apenas si pudo disputar el primer juego de la Copa y la de Corujo, que sufrió la misma lesión de ligamentos (incluso un poco más grave que la del mota) ante Atlético Tucumán.

Al cierre de esa etapa, el técnico Leonardo Ramos se fue a Arabia tentado por los dólares asiáticos. Pero lo peor fueron las bajas que sufrió el equipo. Ramos se llevó al cachila Arias, un jugador fundamental no solo por su calidad sino también por su personalidad dentro del campo. Pero no fue la única baja. Peñarol perdió al goleador Palacios que había sido fundamental para la conquista del campeonato de 2017 y que llevaba nada menos que 14 goles convertidos (12 por el uruguayo y 2 por la copa). Se produjo además la salida de Fidel Martínez, que había comenzado muy bien marcando contra Nacional en la final de la Copa uruguaya y Racing en el inicio del apertura, pero que luego bajó sustancialmente su rendimiento. Salió también Maldonado que nunca justificó su llegada al carbonero. Se lo trajo especialmente para el partido en la altura de La Paz y se terminó perdiendo por un error suyo.

Para sustituir a Ramos, el elegido fue Diego López. Un técnico que había hecho toda su carrera en Italia y nunca había dirigido en nuestro país. Realmente era una incógnita lo que pudiera dar en la dirección técnica y los primeros pasos no fueron fáciles.

Para peor, a las bajas de los jugadores lesionados y transferidos, se sumó la del lateral de la selección Guillermo Varela en una situación inentendible. El jugador tenía contrato con Peñarol, pero el representante pidió que no entrenara porque estaba vendido al exterior. El jugador no entrenó, no fue vendido y sufrió una lesión que le impidió jugar por el resto de la temporada (el desgarro más largo de la historia del futbol). Una situación pesimamente manejada por la dirigencia mirasol.

Tuvo como altas a los zagueros Carlos Rodríguez y el argentino Matheu (pedido por el técnico). El medio campista Gonzalo Freitas y el volante Lores. No era mucho y decíamos que, sin duda, Peñarol tenía menos equipo para el cierre del campeonato que el que había tenido al inicio.

Debutó por el campeonato ante Racing y empató en el campeón del siglo. Directo culpable el zaguero Matheu que cometió un penal que le posibilitó el empate al equipo de Sayago. Nacional estiraba la distancia a 7 puntos en la anual.

En medio vino la traumática eliminación de la Sudamericana ante Atlético Paranaense, que ahora llegó a la final y tiene ventaja, pero en aquel momento venía con cambio de técnico, con más de un mes sin ganar un partido y peleando el descenso en el brasileirão. En el primer juego tuvo todo para traerse un buen resultado. Arrancó el segundo tiempo empatando y con un jugador más, terminó perdiendo 2 a 0 y con el toro Fernández expulsado. En la revancha, empezó perdiendo a los 4´ y terminó goleado 4 a 1.

En estas páginas decíamos que debía primar la cordura, que se debía mantener al técnico porque quitarlo hubiera sido sentenciar las pocas chances que nos quedaban. Decíamos que López precisaba tiempo para imponer su idea, pero reconocíamos también que no se lo darían y que estaba a una derrota de ser cesado.

Pero se repuso, apostó por sus convicciones y ganó. Le dio la titularidad a Busquets en el lateral, colocó como centro delantero al toro Fernández y el ex Racing, explotó para convertirse en el goleador del equipo. Afianzó a Carlos Rodriguez como zaguero ante las defectuosas actuaciones de Matheu. Le llegó a los jugadores, que compraron su idea y mantuvieron el espíritu combativo propio de los equipos aurinegros que ya habían recuperado el año anterior con Leo Ramos.

Y Peñarol fue descontando puntos. Ganó partidos increíbles, “a lo Peñarol” con esa marca registrada para sacar partidos en los últimos minutos con más temple que futbol. Así le ganó a Cerro 3 a 2 en los últimos minutos cuando perdía 2 a 1. Le ganó a Danubio en su cancha con un hombre menos desde el primer tiempo por la injusta expulsión de Dawson. Empató el clásico de atrás con un gol de Viatri cuando había sido superado en el juego por el tricolor. Así le gano a Progreso 1 a 0 con un gol en los descuentos cuando había que cerrar el clausura y la pelota no quería entrar. Así le volvió a dar vuelta un partido a Defensor en su cancha para quedarse con la anual, ganándole 2 a 1 después de estar en perdida, con otro gol en los descuentos.

Llegó a la final con ventaja deportiva. Con jugadores que parecían estar entre algodones (Gargano, el cebolla Rodríguez, Viatri) y con la certeza que la chance pasaba por ganarlo en los 90, porque el alargue sería difícil de soportar.

Empezó perdiendo, superado en el juego, pero se fue arriba con temple, con ganas, luchando cada pelota. Para muestra, la corrida de Maxi Rodríguez, un jugador que no es uruguayo, que fue a tres mundiales, que tiene 37 años, que es destacado por su calidad y no por la lucha. Sin embargo, corrió 60 metros para trabar a un rival mucho más joven e impedir un contragolpe. Eso refleja el espíritu de este equipo aurinegro.

Empató (con un gol en offside, es verdad) y se fue al alargue. Y cuando todos esperaban que Nacional nos superara, el equipo jugó, marcó y corrió como si fueran todos juveniles. Se vio en la cancha una enorme diferencia de actitud entre aurinegros y tricolores y Peñarol terminó siendo el justo campeón. Peñarol fue Peñarol. Igual que en 2017. Como nos gusta a los hinchas carboneros. Un equipo que no se rinde nunca, capaz de las victorias más increíbles cuando nadie las espera, que, si no gana por fútbol, deja la vida en la cancha por los colores.

La copa está en la vitrina y es mérito de muchos. Primero que nada, de los jugadores, que se repusieron a momentos malos, a golpes difíciles y mostraron el temple que se necesita para ponerse la camiseta de Peñarol. En segundo lugar, del técnico que mostró capacidad, convicción y el carácter que se necesita para mantenerse firme cuando le llovían críticas de todos lados. En tercer lugar, de la dirigencia, que se mantuvo unida y evitó la tentación de cambios bruscos cuando los resultados no acompañaron. Por último, de la hinchada que, ahora purgada en buena parte de los delincuentes que no son hinchas de nadie, acompaño siempre y dio una muestra de superioridad impresionante en la final donde, en campo neutral, jugamos de locales.

Quedó en el debe, el aspecto internacional donde Peñarol debe ser protagonista. No solo por la gloria de un equipo que es 5 veces campeón de América y 3 del mundo, sino porque en el mundo actual del futbol, la competición internacional trae dividendos económicos imposibles de alcanzar en el ámbito local.

La copa está en la vitrina y como dice el himno del campeón del siglo: “por más que otros lo lloren, VIVA SIEMPRE, PEÑAROL!”

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