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martes, 20 de mayo de 2014

"GANADO A LO MACHO!", PEÑAROL CAMPEON DE AMERICA 1966


Hoy, 20 de mayo, se cumple un nuevo aniversario de una de las hazañas más impresionantes de la Copa Libertadores de América. Una copa que coronó a Peñarol por tercera vez como el mejor del continente, pero que quedó grabada en la historia del aurinegro y también de su rival por la forma en que fue obtenida.

Esa Copa fue la fiel demostración del temple y el coraje inigualables que solo quienes han vestido una camiseta aurinegra son capaces de demostrar. Porque esa Copa empezó mal desde el principio porque empezó con una dura derrota clásica por 4 a 0. Pero Peñarol se recuperó ganando tres clásicos en forma consecutiva para acceder a las finales.

La Copa presentaba una forma de disputa bien diferente a la actual. Peñarol integró el grupo 3 que compartió con Nacional, los equipos ecuatorianos (Emelec y 9 de Octubre) y los bolivianos (Jorge Wilsterman y Deportivo Municipal). El grupo clasificaba a los dos primeros a semifinales y fueron los grandes uruguayos quienes ocuparon esas plazas. 

En esas semi finales se unió la Universidad Católica. Peñarol, que en la revancha de la serie había batido a Nacional por 3 a 0, lo volvió a batir con sendos triunfos (3 a 0 y 1 a 0) y a el equipo chileno (1 a 0 en Chile y 2 a 0 en Montevideo) y paso a la final ante River Plate argentino que buscaba su primera Copa.

River tenía une equipo impresionante con figuras de la talla de Carrizo; Sarnari, los hermanos Daniel y Ermindo Onega (que años después vestiría la aurinegra) y dos uruguayos ex carboneros: Roberto Matosas y Luis Cubilla. Era dirigido por Renato Cesarini considerado un verdadero genio de la estrategia en su época.

Peñarol contaba con un equipo maduro, con un promedio bastante más alto que el de los millonarios y se pensaba que eso podría ser decisivo en una eventual definición.

El primer partido se jugó en Montevideo el 14 de mayo y Peñarol ganó 2 a 0 con goles de Abbadie y Rocha. Hasta ahí todo normal.

La revancha se jugó en Buenos Aires el 18 de mayo y estuvo plagada de irregularidades. Para iniciar, River no mandó el ómnibus al hotel de Peñarol y los jugadores tuvieron que llegar al estadio en taxi en pequeños grupos. Al bajar los esperaban los “barras bravas” de River a los que los jugadores aurinegros tuvieron que enfrentar antes de entrar al vestuario. Terminaron corriendo los barras bravas.

Casi sin calentar, el equipo debió entrar al campo. River había colocado gradas desmontables en la pista de atletismo del estadio que, sin ningún vallado ni medida de seguridad, hacían que los hinchas estuvieran a metros del campo de juego. Los uruguayos que estaban en las tribunas fueron hostilizados durante toda la noche llegando hasta a arrojarles bolsas con orina.

Los documentos gráficos son claros al mostrar a los efectivos policiales que lejos de proteger a los jugadores aurinegros de las agresiones festejaban los goles abrazados con los jugadores de River.

Igual Peñarol hizo un partidazo y vendió cara su derrota, dos veces fue adelante en el marcador con goles de Rocha y Spencer, pero terminó cayendo por 3 a 2.

El reglamento estipulaba que la revancha debía jugarse a las 48 horas en el terreno neutral de Chile. River, considerando el promedio alto de edad de los jugadores aurinegros, insistía en esto. Los dirigentes aurinegros, conscientes de lo mismo, intentaban aplazar el partido.

La palabra final la tuvo el capitán aurinegro, el tito Gonçalves; en el  vestuario en representación de todo el plantel. Cuando le preguntaron si querían jugar la revancha a las 48 hs, respondió “el sábado (se cumplían las 48 hs) no, MAÑANA QUEREMOS JUGAR LA REVANCHA!”, tanta era la indignación de los jugadores carboneros por la forma canallesca que fueron tratados.

La final se disputó el 20 de mayo de 1966 en el Estadio Nacional de Santiago en Chile. River dominó la primera parte. En verdad, paseó a Peñarol y se retiró ganancioso por 2 a 0.Venia para goleada y Cesarini sacó un defensa (Sainz) para colocar otro atacante (Lallana).

En Peñarol entró Tabaré González y era tal el desconcierto del primer tiempo que se acercó al capitán y le pregunto: “Tito, yo que hago?” La respuesta del capitán fue más que elocuente: “no sé, hermano, matá a uno y después hablamos”.

Entonces, el arquero millonario Carrizo no tuvo mejor idea que parar una pelota con el pecho ante la llegada de Spencer. Eso enfureció a todo el equipo aurinegro, le tocó la fibra más íntima la sobrada del arquero y como dice la crónica de Osvaldo Ardizzone en El Gráfico, desde ese momento “Peñarol fue un gigante, River, un enano”.

Descontó Spencer a los 65 ´,  empató Matosas a los 71´ con un gol en contra por una pelota rematada por Abbadie que rebotó en el zaguero compatriota. Así terminaron los 90´ y en el alargue, Spencer de nuevo a los 111´ y Rocha a los 119´ le dieron el triunfo y la tercera Libertadores a Peñarol.

Aquellos leones aurinegros dirigidos por el gran Roque Gastón Máspoli salieron a la cancha con Mazurkiewicz en el arco, Lezcano, Díaz (después González), Forlán, Caetano, Gonçalves, Abbadie, Spencer, Rocha, Cortés y Joya.

Aquel día nació el mote de “gallinas” para los riverplatenses. Peñarol tiene el orgullo de haber bautizado como tales a las gallinas de ambos márgenes del Río de la Plata.

Esa noche, Peñarol ganó un encuentro increíble, impensado, imposible, apelando a ese temple y voluntad que solo los equipos aurinegros son capaces de mostrar. Esa forma de ganar que hizo que el mayor relator deportivo de la historia de este país; Juan Carlos Solé, exclamara en su relato en Radio Sarandí después del cuarto gol aurinegro:

“Váyanse preparando los aficionados aurinegros en Montevideo, está este campeonato GANADO y si me permiten la expresión, que aunque no es académica, para serles más gráfico, GANADO A LO MACHO”

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