Hoy, 20
de mayo, se cumple un nuevo aniversario de una de las hazañas más impresionantes
de la Copa Libertadores de América. Una copa que coronó a Peñarol por tercera
vez como el mejor del continente, pero que quedó grabada en la historia del
aurinegro y también de su rival por la forma en que fue obtenida.
Esa
Copa fue la fiel demostración del temple y el coraje inigualables que solo
quienes han vestido una camiseta aurinegra son capaces de demostrar. Porque esa
Copa empezó mal desde el principio porque empezó con una dura derrota clásica
por 4 a 0. Pero Peñarol se recuperó ganando tres clásicos en forma consecutiva
para acceder a las finales.
La Copa
presentaba una forma de disputa bien diferente a la actual. Peñarol integró el
grupo 3 que compartió con Nacional, los equipos ecuatorianos (Emelec y 9 de
Octubre) y los bolivianos (Jorge Wilsterman y Deportivo Municipal). El grupo
clasificaba a los dos primeros a semifinales y fueron los grandes uruguayos
quienes ocuparon esas plazas.
En esas
semi finales se unió la Universidad Católica. Peñarol, que en la revancha de la
serie había batido a Nacional por 3 a 0, lo volvió a batir con sendos triunfos
(3 a 0 y 1 a 0) y a el equipo chileno (1 a 0 en Chile y 2 a 0 en Montevideo) y
paso a la final ante River Plate argentino que buscaba su primera Copa.
River tenía
une equipo impresionante con figuras de la talla de Carrizo; Sarnari, los
hermanos Daniel y Ermindo Onega (que años después vestiría la aurinegra) y dos
uruguayos ex carboneros: Roberto Matosas y Luis Cubilla. Era dirigido por
Renato Cesarini considerado un verdadero genio de la estrategia en su época.
Peñarol
contaba con un equipo maduro, con un promedio bastante más alto que el de los
millonarios y se pensaba que eso podría ser decisivo en una eventual
definición.
El
primer partido se jugó en Montevideo el 14 de mayo y Peñarol ganó 2 a 0 con
goles de Abbadie y Rocha. Hasta ahí todo normal.
La revancha
se jugó en Buenos Aires el 18 de mayo y estuvo plagada de irregularidades. Para
iniciar, River no mandó el ómnibus al hotel de Peñarol y los jugadores tuvieron
que llegar al estadio en taxi en pequeños grupos. Al bajar los esperaban los “barras
bravas” de River a los que los jugadores aurinegros tuvieron que enfrentar
antes de entrar al vestuario. Terminaron corriendo los barras bravas.
Casi
sin calentar, el equipo debió entrar al campo. River había colocado gradas
desmontables en la pista de atletismo del estadio que, sin ningún vallado ni
medida de seguridad, hacían que los hinchas estuvieran a metros del campo de
juego. Los uruguayos que estaban en las tribunas fueron hostilizados durante
toda la noche llegando hasta a arrojarles bolsas con orina.
Los
documentos gráficos son claros al mostrar a los efectivos policiales que lejos
de proteger a los jugadores aurinegros de las agresiones festejaban los goles
abrazados con los jugadores de River.
Igual
Peñarol hizo un partidazo y vendió cara su derrota, dos veces fue adelante en
el marcador con goles de Rocha y Spencer, pero terminó cayendo por 3 a 2.
El
reglamento estipulaba que la revancha debía jugarse a las 48 horas en el
terreno neutral de Chile. River, considerando el promedio alto de edad de los
jugadores aurinegros, insistía en esto. Los dirigentes aurinegros, conscientes
de lo mismo, intentaban aplazar el partido.
La
palabra final la tuvo el capitán aurinegro, el tito Gonçalves; en el vestuario en representación de todo el
plantel. Cuando le preguntaron si querían jugar la revancha a las 48 hs,
respondió “el sábado (se cumplían las 48 hs) no, MAÑANA QUEREMOS JUGAR LA
REVANCHA!”, tanta era la indignación de los jugadores carboneros por la forma
canallesca que fueron tratados.
La
final se disputó el 20 de mayo de 1966 en el Estadio Nacional de Santiago en
Chile. River dominó la primera parte. En verdad, paseó a Peñarol y se retiró
ganancioso por 2 a 0.Venia para goleada y Cesarini sacó un defensa (Sainz) para
colocar otro atacante (Lallana).
En
Peñarol entró Tabaré González y era tal el desconcierto del primer tiempo que
se acercó al capitán y le pregunto: “Tito, yo que hago?” La respuesta del
capitán fue más que elocuente: “no sé, hermano, matá a uno y después hablamos”.
Entonces,
el arquero millonario Carrizo no tuvo mejor idea que parar una pelota con el
pecho ante la llegada de Spencer. Eso enfureció a todo el equipo aurinegro, le
tocó la fibra más íntima la sobrada del arquero y como dice la crónica de
Osvaldo Ardizzone en El Gráfico, desde ese momento “Peñarol fue un gigante,
River, un enano”.
Descontó
Spencer a los 65 ´, empató Matosas a los
71´ con un gol en contra por una pelota rematada por Abbadie que rebotó en el
zaguero compatriota. Así terminaron los 90´ y en el alargue, Spencer de nuevo a
los 111´ y Rocha a los 119´ le dieron el triunfo y la tercera Libertadores a
Peñarol.
Aquellos
leones aurinegros dirigidos por el gran Roque Gastón Máspoli salieron a la
cancha con Mazurkiewicz en el arco, Lezcano, Díaz (después González), Forlán,
Caetano, Gonçalves, Abbadie, Spencer, Rocha, Cortés y Joya.
Aquel
día nació el mote de “gallinas” para los riverplatenses. Peñarol tiene el
orgullo de haber bautizado como tales a las gallinas de ambos márgenes del Río
de la Plata.
Esa
noche, Peñarol ganó un encuentro increíble, impensado, imposible, apelando a
ese temple y voluntad que solo los equipos aurinegros son capaces de mostrar. Esa forma de ganar que
hizo que el mayor relator deportivo de la historia de este país; Juan Carlos
Solé, exclamara en su relato en Radio Sarandí después del cuarto gol aurinegro:
“Váyanse
preparando los aficionados aurinegros en Montevideo, está este campeonato
GANADO y si me permiten la expresión, que aunque no es académica, para serles más
gráfico, GANADO A LO MACHO”
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