Fui a
ver a Peñarol por primera vez en el año 1977. Fue una de las pocas veces en que
mi padre me pudo llevar al estadio, antes de quedar condenado a la silla de
ruedas donde pasó los últimos 25 años de su vida. Pero aun así no dejé de ir a
ver al aurinegro. Porque mi abuela (que no era de Peñarol sino de Liverpool)
tomó la posta de ser quien me llevaba a los partidos. En ese lapso tuve la
suerte de ver campeón a Peñarol muchas veces. Lo vi campeón de América y del
Mundo y varias veces campeón uruguayo, antes y después del quinquenio. Y en tantos años de vueltas carboneras, este
ha sido el campeonato más extraño.
Porque
este equipo no convenció nunca, ni en el Apertura ni en el Clausura, ni con
Bengoechea, ni con Da Silva. Nunca dio esa sensación de seguridad que debe dar
un campeón y ni que hablar, nunca mostró un patrón de juego definido. Ni
siquiera podemos recordar un partido entero donde Peñarol haya jugado bien.
Apenas ¾ del partido contra un pobrísimo Defensor en el Clausura. Una situación
que ha llevado a cuestionarse cuánto de mérito propio tiene esta consagración y
cuánto de falla en los rivales.
Se ha
dado una situación inédita en tantos años de seguir al aurinegro. Que luego de
todo un año, no exista un equipo base y que los cambios hayan sido permanentes
de un partido al otro. Se ha dado el hecho infrecuente que las mejorías en el
juego, los goles y las victorias, han venido desde el banco de suplentes. Pero
cuando esos mismos jugadores han sido titulares, no han repetido su actuación y
otra vez las soluciones han llegado del banco, por parte de los mismos
jugadores que habían perdido la titularidad.
Han
sido varios los jugadores que han estado por debajo de lo esperado. Empezando
por Forlán que llegó como la gran apuesta a ser el conductor y líder
futbolístico del equipo. Es verdad que fue el goleador (8 tantos) y líder en
asistencias (12) en la temporada. Pero jamás fue ese conductor que esperábamos
y pocas veces resultó desequilibrante. Apenas en ocasiones como el encuentro
ante Liverpool en el Apertura y Defensor en el Clausura. También es cierto que
en muchos encuentros, nuestro único argumento ofensivo fueron sus remates desde
fuera del área. Fue importante para conseguir el campeonato, pero no tan
decisivo como puede y debe ser.
Pero no
fue el único. También estuvieron por debajo de su nivel Zalayeta y Piriz en el
Apertura, Aguiar en el Clausura e Ifrán, todo el año. Hasta el vasquito
Aguirregaray, que a esta altura es una especie de amuleto de los peñaroles
campeones, no llegó nunca al nivel que puede dar (y aun así le alcanzó para ser
de los mejores). Costa es otro de los futbolistas que no estuvo a la altura de
lo que podíamos esperar y Freitas llegó lesionado y prácticamente no jugó.
Misma situación para Luque. Valdés y Guillermo tuvieron enormes problemas y no
repitieron las actuaciones que les conocíamos. Tampoco se terminaron de
estabilizar jugadores como Hernán Novick, Diogo, Palacios, Albarracín y
Maximiliano Rodríguez. Finalmente algunos no mostraron nunca nivel para ser
jugadores de Peñarol como los casos de Rodales y Affonso.
Lo
mejor de Peñarol estuvo en la consolidación de algunos de sus juveniles como
Guruceaga, Valverde y Nández y la aparición de algún otro como Rossi. En la
regularidad de un Maximiliano Olivera al que la aurinegra le queda pintada. Y
en la capacidad goleadora de un Murillo a quien, siempre que le dejaron una
pelota bien jugada, la mandó a guardar. Ni que hablar del temple, la fuerza, la personalidad y hasta el gol decisivo del clásico de un Marcel Novick que es el símbolo de lo que queremos en un campo cada vez que alguien se pone nuestros colores.
Resulta
muy difícil explicar racionalmente a este equipo campeón. Fue campeón por la
razón del artillero, hizo más puntos que los demás y nada más. Fueron más las
veces que nos fuimos preocupados del estadio de las que nos fuimos contentos,
muchas más.
Pero a
fuerza de ser sincero, eso no importa ahora. Porque Peñarol es el campeón y de
un campeonato muy especial. Porque es el quincuagésimo de nuestra historia y cuesta
hacerse a la idea de lo que significa haber dado 50 vueltas olímpicas. Porque
es el año de la inauguración de la nueva casa, aunque el trofeo se haya alzado
en el viejo y queridísimo Centenario. Porque es un logro que nos ha costado
demasiado en las últimas dos décadas tornándose mucho más infrecuente que en la
época de nuestra infancia.
Sería
hipócrita decir que no estamos contentos. Sería también mentira decir que no
estamos preocupados. Porque hay que hacer un nuevo equipo para intentar retener
este campeonato y competir con posibilidades en las copas internacionales. Pero
ese será tema de otro análisis.
Hoy disfrutamos
de este uruguayo 50 tan importante y tan extraño, conseguido con tanto esfuerzo
e incertidumbre, pero nuestro. Hoy saludamos a esos jugadores que han añadido
su nombre en la enorme lista de campeones y forjadores de la historia más grande
del Campeón del Siglo.