En la tarde del sábado próximo pasado, tuvimos la
oportunidad de conocer las obras del nuevo estadio de Peñarol. Debemos ser
coherentes con nosotros mismos y por eso cada vez que hacemos referencia a este
tema, dejamos claro que para nosotros el estadio no era una prioridad y
apuntamos siempre como tal a la faz deportiva del club. Lo recalcamos porque no
nos gusta subirnos a carros ajenos y porque seguimos siendo de la misma
opinión.
Una vez aclarado este punto, es imposible no emocionarse con
este proyecto. En el momento que ingresamos, la emoción de la circunstancia que
estábamos por vivir, nos embargó completamente. Sentimos que pisábamos tierra
sagrada. Tierra que estará consagrada a la mayor pasión de nuestra vida y que
quedará indisolublemente ligada a nuestros colores para las generaciones
futuras.
Ingresamos por lo que será al unión de las tribunas América
y Colombes, tomando como referencia el Centenario y la primera sensación fue
ver la estructura imponente de lo que será la tribuna Olímpica. Por un momento
nos sentimos transportados en el tiempo y nos preguntamos sí así se habrían sentido
quienes ingresaban al Circo Máximo o al Coliseo de la antigua Roma. Aunque
concebidos para fines muy diferentes, sin duda la imponencia de las obras debió
generar en el espectador sensaciones similares a las que pudimos sentir.
Cuando nos paramos al borde del campo de juego, frente a lo
que será la tribuna Ámsterdam, a un paso de pisar el recién sembrado césped,
nos vinieron a la mente tantos goles y vueltas olímpicas de las que hemos
tenido la suerte de ser testigos. Pero también nuestra imaginación nos transportó
a todas aquellas otras que sucedieron antes de nuestro nacimiento, ya sea en
nuestro primer estadio en Casavalle, en el de Pocitos, en el Centenario o en
los distintos estadios del mundo que han visto una vuelta en amarillo y negro.
Concurrimos con el amigo y gran peñarolense Máximo Mena y
ambos coincidíamos en la sensación de estar viviendo un momento histórico. De
ser partícipes de un momento que será un punto de inflexión en la historia del
club.
Conscientes de estar viviendo un momento que todo
peñarolense desearía experimentar, declaramos con orgullo que el proyecto nos
ha conquistado, venciendo cualquier resistencia y aun a la razón, que nos ha
dictado siempre que no hay nada más importante que ser campeón.
Sin pretender vestirnos con sayos ajenos, manifestamos
nuestro orgullo por nuestra nueva casa que habrá de ser tierra santa aurinegra
y escenario de nuevos capítulos de gloria. En este momento, nuestra mente y emoción
evocan la figura de nuestros padres que siendo gran parte de la razón de
nuestro sentimiento aurinegro, no pudieron ver este momento.
Seguramente, desde algún lugar, el viejo y la vieja
estuvieron con nosotros en esa recorrida. Por eso, a los viejos el recuerdo de
siempre, el agradecimiento infinito, el amor incondicional y la sentencia definitiva:
“La pucha que es lindo, ser hincha de Peñarol!”.
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