En los
últimos tiempos hay un concepto que nos hemos visto obligados a repetir
permanentemente en este blog a la hora de analizar las actuaciones y
perspectivas del equipo y que se resume en una frase: “El peor rival de
Peñarol, es Peñarol”.
Esto no
implica un desconocimiento de los méritos que puedan mostrar los rivales
circunstanciales, sino un reconocimiento de nuestras propias fallas e
incapacidades. En los dos últimos años (llámense “era Gregorio” y “era Da Silva”),
nos ha quedado la impresión que, tanto en el ámbito local como en la
participación internacional, lo que nos ha hecho perder campeonatos locales y
clasificaciones en la copa, han sido más nuestras propias fallas que los
méritos de los rivales.
El año
pasado analizábamos cómo se dejó de ganar un campeonato Uruguayo en el que se
llevaba una ventaja apreciable y como no se clasificó en un grupo de
libertadores, que no era sencillo, pero donde Peñarol hizo méritos para ganar
algún partido más que los que ganó.
Este
año, nos está quedando la misma sensación. Es verdad que se tiene asegurada la
participación en la definición del campeonato, pero se ha perdido pie en la
tabla anual, donde se tenía una ventaja más que interesante hasta hace apenas
un par de partidos atrás.
En la
Copa no se accedió a la clasificación en un grupo donde perfectamente se pudo
alcanzar el objetivo, jugando ante un apenas aceptable Vélez, un mediocre
Emelec y un impresentable Iquique.
Desde
afuera, da la impresión de que este Peñarol está siendo superado más por sus
propias dudas y debilidades que por las virtudes de los rivales de turno.
El
equipo no presenta esa rebeldía y temple característico de los equipos
aurinegros a lo largo de la historia. Da la impresión de que este equipo es
incapaz de remontar un resultado y que una vez que le convierten, se le hace
imposible recuperar esa ventaja. La única excepción fue el partido con Fénix,
donde Peñarol, como manda su historia, lo metió abajo del arco, lo empató y no
lo pudo ganar por una excepcional actuación del arquero Mejía. Pero ante
Danubio, Racing y Defensor, la sensación desde afuera era que los nervios del
equipo eran más rivales que los contrincantes y, a la postre, los que
sentenciaron esas derrotas.
Por
otra parte la imagen de la dirección técnica es caótica. El técnico parece
haber perdido completamente la dirección y el control de la situación. A un año
y medio de su asunción, no se ve un estilo definido de juego. El equipo de Da
Silva carece de identidad futbolística, lo que, sumado a la falta de carácter
anímico, se torna desastroso.
El técnico
armó mal el plantel. No cubrió puestos esenciales como el de volante por
izquierda y un punta por el mismo sector, lo que ha hecho que Peñarol sea un
equipo rengo, que ataca solo por la derecha, lo que hace que sea fácilmente
neutralizable por los rivales. Además trajo jugadores que han fracasado (Grossmüler,
Vázquez, Torres), contrató algunos que han aportado muy poco, sea por lesiones
o juego (Bologna, Amado, Nuñez, Mauro Fernández), aceptó otros que no han
mostrado el nivel que se requiere (Walter López), dejó ir jugadores que
hubieran sido muy importantes en este equipo (Freitas) y borró a otros que
fueron grandes soluciones durante el apertura (Raguso, Zambrana).
Para
peor ha insistido con colocar jugadores fuera de puesto lo que los hace perder
gran parte de su efectividad, como es el claro caso de Aguirregaray. Ahora,
cuando Baltazar Silva empezaba a mostrar
un nivel interesante jugando por derecha, para el clásico ha decidido colocarlo
como lateral izquierdo, ignorando una vez
más a Raguso y dejando en el equipo a Alejandro González que si es malo de
zaguero, de lateral es aún peor.
Ha
desperdiciado la oportunidad de tener dos goleadores de raza como Zalayeta y
Olivera, porque carecemos de quien les haga el juego abriendo las puntas y
levantando centros. Con 4 o 5 centros más o menos aceptables por partido, estos
dos monstruos se cansarían de hacer goles. A esto se debe agregar que Peñarol
carece de un organizador de juego, porque Grosmüller fracasó y Pacheco no está
en el nivel que supo ostentar, luego de la grave lesión que sufrió al inicio
del campeonato.
A esto
se suma la impresión (y en esto sí, somos subjetivos) que no es capaz de
acertar casi nunca con los cambios durante un partido, que coloca los jugadores
que le pide la tribuna (como Pacheco) y que no transmite nada desde afuera ni
en los entretiempos.
Pero
para sumar problemas en el cuerpo técnico, el trabajo de los preparadores
físicos parece francamente deficitario. Es impresionante la cantidad y
reiteración de lesiones que nos han afectado durante esta última parte de la
temporada. Reiteradas o graves lesiones que han padecido: Darío, Nuñez,
Estoyanoff, Grossmüller, Amado y Mauro Fernández.
A esto
ha contribuido la orden del consejo directivo de priorizar el campeonato
Uruguayo por sobre la participación en la Copa, lo que impidió que el técnico
rotara el equipo cuando tenía la intención de hacerlo, decisión que aún estamos
pagando (con la lesión del capitán Darío Rodríguez) y que ha sido
reiteradamente criticada desde estas páginas por estar absolutamente reñida con
la historia y el prestigio de nuestro club.
A poco
más de 24 hs de la disputa clásica, son muchas más las dudas que las certezas.
Cómo apostar por un equipo que no muestra los atributos propios de nuestros
representativos?. Cómo apostar por un técnico que ha perdido decididamente el
rumbo?. Cómo apostar por dirigentes que han tomado decisiones que se dan de
bruces con nuestra historia?.
En
vísperas de este clásico, ni siquiera me siento nervioso y eso es lo que me
resulta más preocupante. A esta altura lo único que me invita a apostar por
este equipo es la pasión. Esa pasión irracional que no conoce de argumentos y
que se desborda simplemente por ver en la cancha una camiseta aurinegra.
Mañana
juega Peñarol. No importa lo mal que venimos, lo mal que hemos hecho las cosas,
la desorientación del técnico, la falta de personalidad del equipo, la mediocridad
de los dirigentes, cómo vengan los rivales, nada importa. Porque mañana, juega
Peñarol.
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