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martes, 17 de junio de 2014

PEÑAROL POR SOBRE TODAS LAS COSAS

En medio de la disputa del mundial, es casi imposible encontrar noticias de Peñarol en la radio, la Tv o las páginas deportivas. Muchos dicen que es imposible sustraerse a la “fiebre mundialista”, sin embargo es perfectamente posible hacerlo.

En lo personal, después del partido ante Cerro Largo, simplemente deje de escuchar y ver programas deportivos y me limito a consultar las páginas partidarias en internet. La razón es muy sencilla: lo único que me importa es Peñarol y desde el momento que quedó sin posibilidades de continuar peleando el campeonato, dejó de interesarme el fútbol.

Es más; con el correr de los años me he dado cuenta que no me gusta el fútbol. Soy fanático de Peñarol pero ni siquiera soporto ver un partido entero si no juega el aurinegro porque sencillamente me aburro. Cuando mis amigos o compañeros de trabajo comentan o me preguntan si he visto el partido del Real Madrid, del Barcelona, de la Juventus o del Liverpool, me doy cuenta que ni siquiera sabía que jugaban.

A tanto llega mi fanatismo, que lo mismo me sucede con los partidos del tradicional rival. Aunque a alguien le pueda costar creerme, muchas veces no me entero del resultado hasta el día siguiente, porque los únicos partidos de Nacional que veo en el año son los clásicos. Con orgullo puedo decir que para mí es absolutamente cierta la afirmación “el bolso no existe”.

Esto no solo me pasa con el futbol porque no es una cuestión de deporte, es de camiseta. Estuve en los partidos que consagraron a Peñarol campeón del Federal de basquetbol en 1982 y campeón sudamericano de básquet en el 83. Un día; Peñarol  se desafilio de la liga y no compitió más. Nunca más vi un partido de basquetbol.

La selección no me inspira nada. No soy contra de Uruguay, no deseo ni me pone feliz que pierda, pero tampoco me quita el sueño ni sigo los partidos. Expresar esta opinión me ha costado desde que me llamen apátrida hasta hdp, como si el hecho de no sentir nada por la selección, constituyera una ofensa al país o una negación de mi “uruguayez” (me resisto a escribir la palabra nacionalidad).

Solo una vez fui al estadio en un partido de la selección. Fue en la despedida del mundial del 86 cuando Uruguay jugó ante Peñarol. Por supuesto fui a la Ámsterdam y grité el gol de Diego Aguirre, el de la selección no.

Quiero dejar claro que no comparo a Peñarol con la selección, porque Peñarol es incomparable. No se trata de dos amores diferentes.  Peñarol es parte de mi vida, es el cuadro de mis viejos, es la camiseta que me ha hecho llorar de alegría y de tristeza. Peñarol es el nombre que repito cientos de veces cada día, es el responsable de mi estado de ánimo los lunes a la mañana y es la razón que agradezca a mis viejos “haberme sabido orientar por los caminos de la felicidad deportiva” como decía Cataldi.

Peñarol es único, es primero, es primordial, es insustituible. Con Peñarol no se jode. Como dice José Carlos Domínguez: “Peñarol no es cosa de vida o muerte, es mucho más que eso”.

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